
Aquí va una sorpresiva e inesperada historia de un HOMBRE!!! Si, escucharon bien!!! Un hombre que relata su historia de vida. Espero que la disfruten aunque me sienta algo tocada y haya jurado publicarla textualmente.
Entiendo que este es un espacio que tiene como uno de sus objetivos, quizás el central, mostrar las miserias masculinas en el arte de amar. Por ende, este relato puede estar desubicado dentro de este marco. Sin embargo, creo mis estimadas femmes, que les dará un buen indicio de porqué muchas de sus relaciones terminaron de manera no muy agradable.
Para aquellos ávidos de lectura sobre las leyes del mar, la patente de corso (del latín cursus, «carrera») era un documento entregado por ciertos monarcas, por el cual su propietario tenía permiso de la autoridad para atacar barcos.
Pero no quiero desviarme de mi historia, por ende deseo confesar que nunca fui un joven demasiado agraciado a nivel estético, tampoco nada despreciable; pero fue mi habilidad de palabra, y, porque no, otras virtudes (no solo por lo sexual, malpensadas), las que me ayudaron a conocer una importante cantidad y variedad de féminas.
Por diferentes motivos estas sirenas, transitaban por mi vida con cierta celeridad; factor que nunca había llamado mi atención más de la cuenta y, que en ciertas ocasiones, a decir verdad, me generaba cierto relax. ¿Eso era amor? No, claramente no lo era. Era solo satisfacción de necesidades hormonales.
Sin embargo, el verdadero amor, no tardó en aparecer. Ciertamente, fue bueno mientras duró, pero temores a un elevado grado de compromiso y otros factores más químicos, han provocado en aquella mujer la desesperación por huir de esa relación. Así este abrupto final impactó duramente a nuestro almirante. Mayor aún fue el golpe que él sintió, cuando pocos días después de aquel final, vió a la sirena pasearse de la mano de otro marinero.
De esta manera el almirante, dejó de ser aquel hidalgo y generoso marinero, para obtener su patente de corso. Aquella patente de corso le daba permiso a atacar con fiereza a cada una de las presas que iban presentándose en su camino, despojándolas de sus tesoros mas preciados en tan solo horas y dejando en ella una situación de vacío infinito e inexplicable.
Muchos hombres a lo largo de sus vidas sacan esta patente de corso después de haber navegado las aguas de algún amor que les cayó en desgracia. Es por eso, que, luego, atacan y abordan todo tipo de barco, muchos de ellos inocentes y totalmente ignorantes del pasado de estos almirantes devenidos en corsarios.
Hoy, este corsario, navega en aguas tranquilas, guardo en un cofre su patente de corso, y volvió a calzarse su traje de almirante. Sin embargo, no descarta el hecho de algún día tener que desempolvar aquella vieja patente y volver a izar la bandera con dos tibias y una calavera que supo usar como estandarte, y que nunca olvidará.
Desde ya, acepto, leo y analizo todo tipo de comentarios y críticas.
Monsieur D’Anjou
Patente de Corso Real de Ramos Mejía